... o la importancia de llamar a las personas por su nombre
sólo sé la mirada con que lo dices"
Mario Benedetti (Rincón de Haikus)
Estaréis conmigo en que no es lo mismo ir al pediatra, que visitar a Aurora a que revise si estamos sanos, no es lo mismo ir a una librería que ir a que José nos recomiende un libro para comprar...
Si tiene valor llamar a las cosas por su nombre, ¡cuánto más lo tiene el llamar a las personas por el suyo! Mi trabajo es cara al público, y no sabéis la ilusión que me hace cuando mis pacientes me dicen: "Mira, Sonia, venía porque..."
Pues bien, esta historia tiene nombre propio, pero mejor empecemos por el principio...
Cuando Enma iba a la guardería nos desplazábamos hasta allí en coche. Siempre el mismo recorrido, cantando canciones infantiles a grito pelado, conociendo los atajos, cómo no pillar al camión de la basura delante, la misma señora asomada a la misma ventana cada mañana a la misma hora... y él, en su esquina, en su semáforo.
Cuando Enma iba a la guardería nos desplazábamos hasta allí en coche. Siempre el mismo recorrido, cantando canciones infantiles a grito pelado, conociendo los atajos, cómo no pillar al camión de la basura delante, la misma señora asomada a la misma ventana cada mañana a la misma hora... y él, en su esquina, en su semáforo.
Todos tenemos experiencias de mendicidad en los semáforos de la capital. A veces, grupitos de rumanos enjabonan tu cristal haciendo oídos sordos a tu negativa, otras mueres de pena de ver cómo un anciano descalzo te enseña un cartel que te encoge el alma, unas veces sientes miedo, otras pena... y casi siempre, las ventanillas se elevan para intentar minimizar el impacto y sellar así las emociones.
Nuestro primer contacto con él, fue un día que se acercó con unos cuantos paquetes de pañuelos apretados en su puño, mi "no" con el dedo y una tímida sonrisa. Él se encogió de hombros, sonrió abiertamente dando respuesta a la mía y tiró un beso a Enma a través del cristal.
Poco a poco fuimos bajando la ventanilla, buscándole entre los coches, deseándonos un buen día, echándole de menos cuando no estaba... La gente se acercaba a hablar con él, le traía comida y ropa, se paraban aun cuando el semáforo estaba en verde...
Un día le compramos pañuelos, otro día nos bailó "Mambrú se fue a la guerra" que llevábamos puesta en la radio como si estuviera desfilando en el ejército (Enma se tronchaba de risa...), y nos avisaba cuándo íbamos con la hora justa.
Pero un día Enma, con sus 3 años escasos, dijo: "mamá, no sabemos su nombre"...
¡Cuántas vueltas le di a aquellas 5 palabras! Dos días después, él se convirtió en Westly, padre de tres niños, que adoraba esa vida de mendigo que le había hecho conocer a tanta gente amable, pero que buscaba un trabajo para no pasar tanto frío. Y pusimos nombre a aquella persona que tanto cariño cogimos durante ese curso escolar. Hoy le veo más de tarde en tarde, y provoco pasar por su esquina a saludarle para que sepa que no nos olvidamos.
¿Tú también tienes alguna historia de semáforo que quieras compartir?
¿Tú también tienes alguna historia de semáforo que quieras compartir?
Precioso....solo se explica con vosotras
ResponderEliminar♥♥♥♥♥☺
EliminarQue preciosa historia Sonia. Has hecho que me asome una lagrimita. Que razón tienen con lo de los nombres. Es la mejor manera de humanizar al de enfrente. Cuantos problemas nos ahorraríamos solo humanizando.
ResponderEliminarGracias por tu historia.
Gracias Maite a ti por leerlo y comentar. Hay infinidad de historias detrás de cada semáforo, de cada mirada, de cada usuario del metro. A mi me gusta imaginarme qué habrá detrás de cada uno. Si viéramos a las personas como personas (como bien dices), el mundo seguro cambiaría
EliminarMuchas gracias Sonia por esta bonita historia! y mucho ánimo con el viernes! Un beso grande :)
ResponderEliminarMuchas gracias guapa. Historias de todos los días, que bien miradas, son todas interesantes. Un besazo
Eliminar