Este fin de semana nos regalaron dos entradas para ver la famosa Toc Toc, avalada por sus 6 años en cartel y los 600 mil espectadores que han pasado por sus butacas. A mí, la verdad, es que me picaba la curiosidad por conocer lo que se cocía en su escenario, superviviente nato a esta época de recortes (también para el ocio) y al prohibitivo iva cultural.
Seis pacientes con trastorno obsesivo compulsivo se juntan en la sala de espera de un afamado Dr. Cooper que se retrasa de un viaje. Cada uno con sus manías, acuden para poner fin a sus patologías, todos sufren con ellas pero se ríen de las de los demás, lo que permite al espectador reírse también sin tapujos. Allí se juntarán un síndrome de Giles de la Tourette (con su coprolalia), un aritmético-maniaco (y su particular obsesión por las cifras y los cálculos), una joven con ecolalia (repite compulsivamente las frases), una mujer con una enfermiza fijación con la religión que sigue rituales de verificación, una auxiliar de laboratorio que vive temiendo una infección y un joven maniático del orden y la simetría incapaz de pisar las líneas del suelo. Para no desesperar en la espera, deciden armar su propia terapia con un resultado nefasto.
Sin embargo, la obra (en mi opinión sobrevalorada) sigue un ritmo plano, sin grandes sorpresas ni intensidades en la trama. Previsible y exagerada, la definiría. Una comedia a medida de las demandas de un determinado público, al que no critico, que reía a carcajada limpia con frases y situaciones para mí en absoluto desternillantes. Y no creáis que no me gustan las comedias, sólo que creo que su secreto radica en un buen guion y no en esa sobreactuación que únicamente busca de forma facilona que el espectador ría, también compulsivamente. Si pierde la sutileza, pierde la gracia.
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